Abandono

Existe un lugar en el infierno reservado para la gente que sigue creyendo en él. 
Bajo la amenaza de que a cualquier acto impuro corresponde un castigo, Dios siempre fue una figura de autoridad en mi infancia. Ese ser inmaterial sólo se manifestaba en forma de amenazas, pero nunca como amor (ver capítulo 4, versículo 8, primera de Juan, como reza cierta canción religiosa de mal gusto).
La tradición familiar me obligó a seguir por inercia la formación católica hasta la primera comunión. Al finalizar el tortuoso catecismo, y una semana antes de la ceremonia, nos obligaron a confesar nuestros «pecados» en la iglesia. A esa edad ya tenía algunos «pecadillos» mortales relacionados a mi homosexual ser… y obviamente decidí omitirlos en mi confesión, pues no era tan cínico y sinvergüenza. De hecho, tuve que inventar una serie de pecados blancos e inofensivos para hacer mi discurso ante el saCerdote un poco más grave y convencional, porque independientemente de esos pecados, era un muchachito muy bien portado (anormalmente bien portado). El saCerdote me recetó como 3 «Aves Marías» y 5 «Padres Nuestros», «pase a pagar en la caja y suerte con su realización como católico».
Dios en forma de reflejo Pavloviano.
Acto seguido, nos colocaron una cinta-estigma morada en el brazo. Su hiriente presencia tenía la función de recordatorio, siempre amenazante, de nuestra primera confesión. Estábamos sentenciados, ya que cualquier pecado, incluso en pensamiento, nos decantaría automáticamente al infierno. Es bien sabido que era bastante ingenuo, por lo que no es difícil verme en un grado de sumisión que ya envidiaría cualquier monja comprometida con la iglesia (aunque debes saber que la envidia también es pecado, monja comprometida… ¡PECADORA!… Bueno, debo seguir). Fue una semana agobiante, pero libre, pulcra, blanca… ausente del pecado católico.
Naturalmente, predominó la represión de muchos de mis actos para evitar cualquier situación que me comprometiera. Desde entonces entendí que los pecados nos definen como personas.
El abandono duele, aunque sea a algo que no nos corresponde.
Deseché la existencia de papi-Dios-católico en mi vida casi después de la primera comunión. El cambio se hizo de forma gradual, sin mayor drama, así como se borran los pocos recuerdos gratos y empolvados de la escuela primaria. No presumía ser ateo, sino que me definía como «agnóstico», porque «ateo» suena más drástico y controversial. Era un niño bueno, carajo. Parte de esa convicción insegura se debía en parte a la influencia del medio (tan extenuantemente homogéneo)… y para cuando me di cuenta, ésta me lastimaba. Envidiaba la fe de los católicos, y en general, de la gente religiosa. Me preguntaba cómo puede sostenerse una persona cuando le falta fe, ese componente esencial de cualquier ser humano, casi ligado al carbono… bueno, eso pensaba. Llegué a husmear entre otras opciones religiosas (y digo sólo «husmear», porque mi flojera las sobrepasaba), ¡tenía que haber una opción para mí, el niño raro, que me proveyera de fe!
¡Pero qué chamaco tan ingenuo! diría hoy. Así como aquel individuo que quiere sentir el sabor de la feniltiocarbamida cuando ni siquiera tiene (por la ¡oh, prepotente disposición genética!) los mecanismos transduccionales necesarios para percibirlo.
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La teoría endosimbiótica del ser imaginario (o Gaia existe, y la teoría de la des-evolución se desarrolla hasta sus máximas consecuencias).
Dios tiene oídos sordos.
Dios actúa bajo su propia voluntad.
Dios es ubicuo.
Dios desarrolló un sentido de autoconservación.
Dios tiene una próxima «víctima», en forma del ser que presume su avanzada evolución.
Dios tiene forma de todas las bacterias en el universo.
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Cuando la burbuja no se conforma de tensoactivos (o surfactantes, para aquellos malos traductores).
Se sabe que un simple pulso suprafisiológico puede desencadenar una respuesta biológica marcada, aunque lo más probable es que no refleje el funcionamiento normal de un organismo. Hay veces en las que una situación provoca un cambio dramático en tu forma de ver las cosas. Una noche, muy borracho en una fiesta improvisada con Emmanuel, terminé hecho un mar de lágrimas (cuando ya no era mi costumbre hacerlo… ¿recuerdan cómo terminaba retraído en el piso?). Todo por el «simple» e «inocente» hecho de que salió a relucir la ignorancia de mi «ser», viéndome como el niño que apenas está conformando las redes neuronales que lo caracterizarán en la madurez.
Días después, otro de esos pulsos se manifestó en forma de ligue del metro. Entendí que una conversación con un simple desconocido puede derrumbar tu integridad, esa que tú creías que estaba bien pero, siendo sincero, sólo te traía dolores de cabeza y lágrimas. No volví a saber más de esa persona de la que ni recuerdo su nombre.
Lo ambiguo de la obviedad. 
Me resulta muy difícil comprender esas frases categóricas que supuestamente le dan un mejor sentido a la vida y evitan el sufrimiento, muchas de ellas disfrazadas de metáforas vulgares y aversivas. «Sal de tu burbuja», «sé tú mismo», «la clave de la felicidad está en equis o en ye». Hasta parece que yo no fui programado con el mismo manual de todos, por lo que tengo el riesgo de parecer (¿o ser?) bastante ingenuo y/o falto de madurez emocional (y sigo sin comprender a qué se refiere ese término).
He dicho en alguna entrada anterior que he cambiado un chingo en poco tiempo, pero fue hasta después que comprendí que ese cambio se debe a mi nueva adquisición de su catálogo de monerías para la sobrevida. Sí, eso que mucha gente denomina «autoestima», que he entendido como una forma de autoaceptación de nuestras características físicas y conductuales. Ya, debo decirlo cínicamente: el amor propio. No pienso hacer una comparación de un antes y un después con una fotografía exagerada y sonriente de infomercial barato. Pero puedo decir que las manifestaciones conductuales de Adair, si no en su máxima expresión, ahora son sinceras: éstas se reflejan en cosas simples como su forma de andar… o sí, también en lágrimas y sonrisas derivadas de su elevada sensibilidad, antes reprimida (aunque actualmente sigue andando con paso torpe, pues deben entender, que fue como volver a nacer…).
Errr… am… am… AMOR.
Debo aceptar de manera cínica que un tema tabú en este blog (y en mi vida) siempre ha sido el amor, en cualquiera de sus formas. Pues, ¿cómo hablar de algo que no se tiene, o que al menos no se ha experimentado, o entendido?
Toda la gente habla del amor que hasta llega a ser un tema bastante molesto. A mí me pasó justo como ese capítulo de los Simpson, en el que Homero acepta ir a una escuela de payasos sólo por la pinche presión del medio. Y así como con la fe, me dediqué a buscar algunas respuestas.
«El amor llega cuando menos lo buscas».
Al principio todo era frustración. Estaba presionándome demasiado… y también al medio. Después de algunos tropiezos (y desparramamientos en el suelo), comprendí la importancia de ser y actuar naturalmente (badge No. 1 de la Escuela de la Vida)… por lo que todo me empezó a valer madres y yo a comportarme más tranquilo con la búsqueda. Es más, ya no había búsqueda. Todo se limitaba a contactos casuales y sin heridas de por medio (bueno, sólo desgastamientos de mucosas. Guiño, guiño). Hola, qué rico estás, adiós.
La oportunidad llegó en una semana de congreso. Pues pasé un día en particular muy mierda: después de hacer «eso que no debí hacer», le hablé a David preocupado, terminé borracho y llorando por el mañana… ¡hasta haciendo twitcam! Bueno, no terminaré relatando lo que pasó ese día, no es el punto.  En fin, fue un día muy malo. J. llegó al siguiente día, casi por accidente, como una pequeña esperanza de tener ese «algo que no conozco». Nos quedamos de ver «sólo por si acaso», pues yo me iba al siguiente día. Terminé un poco borracho, pero contrario al día anterior, todo era, al parecer, perfecto: compatibilidad, sonrisas, felicidad, ay-mira-qué-bonito-estás… Y fue entonces que conocí ese enamoramiento pueril hacia una persona, ese bo-ni-to impulso que nos hace perder el control sobre nuestros actos, en el que somos capaces de hacer cualquier cosa por estar con ese alguien… como un viaje a León, pero él no aprecia tu esfuerzo, ya no te pela y te desecha como si nada hubiera pasado, sin darte razón, dejándote en la incertidumbre (sí, exagero… pero sólo un poco).
B.: porque los reflejos condicionados no se adquieren con el primer estímulo aversivo.
Nuestro objetivo inicial era sólo un acostón. Nos encontramos en el centro, compramos algo para saciar el sagrado munchie del mal secundario al café, y nos dirigimos a la casa de su abuela que él toma sin su consentimiento para coger. Sin embargo, una fuerte lluvia quiso atentar contra nuestros objetivos iniciales. Creo que en ese día nuestras fachas provocaban mucha desconfianza, pues terminamos corriendo hasta Garibaldi a falta de un taxi que nos quisiera levantar. Chingadamadre, sólo queríamos un aventón hasta Tlatelolco.
¡Maldita lluvia, que haces a los seres más propensos a enfermarse de gripe!… o de otras cosas. B. es un muchacho inteligente, desmadroso, auténtico… y con facha de biólogo. Sí, como es de suponerse, caí redondito.
Seguimos algunos días con esa bo-ni-ta dinámica del enamoramiento. ¡Hasta un día me presentó a sus amigos con el pretexto de celebrar el 420! Después del evento, nos despedimos ya casi como formales (awww, cosas).
B. desapareció al siguiente día. Después de mi caso fallido con J., no podía creer que había tropezado «¡de nuevo y con la misma piedraaaaa ♪!». Aunque la incertidumbre me inundaba. A diferencia de lo que pasó con J., no sentí tensión o inseguridad el último día que lo vi. ¿Cómo podía desaparecer así como si nada? ¿Le pasó algo? ¿Lo atropelló un coche y valió madres su celular? Ay. Los que me conocen saben que suelo ser bastante comprensivo (algunos podrían decir que por eso hasta pendejo), pero la incertidumbre me hacía llorar a cada rato. Por un lado, la decepción de volver a cagarla y, por otro, que por circunstancias del destino NUNCA podría saber qué pasó con él (y ese «NUNCA» se repite en loop eterno hasta que lloras y lloras y lloras, también en loop eterno). Llegué a comparar a B. con Víctor, pues tienen bastantes características en común. Y una de ellas (que en el caso de Víctor llegué a comprender con el paso del tiempo), es la de desaparecer sin dejar rastro.
Fuí a llorarle mi drama a Cobayo y a la Rubia. Cobayo nos invitó a ahogar nuestras penas en Yogurtland: de esa forma brindamos por esos hijos de puta que abundan en el universo.
Sufrir la pasión, la recompensa el amor.
La pasión aprisiona nuestros actos (hasta no parece coincidencia que «pasión» rime con «prisión»). Durante esos momentos bo-ni-tos somos incapaces de dejar de pensar en esa otra persona, que hasta podemos olvidar necesidades más tangibles y reales. Pensamos en la imagen todavía muy desconocida y distorsionada de otro ser que no nos pertenece («pasión» también rima con «ilusión»). Y el sentido de pertenencia adquiere valor, manifestandose en la obsesión por tenerlo para nosotros. ¡Bonita forma de egoísmo! Lo abrazas en la cama, respiran juntos en completa armonía, lo ves a los ojos, lo acaricias, te vuelves loco… «quiero que B. sea el hombre de mi vida».
Aunque en un principio estas manifestaciones conductuales pueden ser correspondidas, no puedo decir con seguridad que me siento muy cómodo. Inunda la incertidumbre acerca de lo que pasará en un futuro (otra vez, ese muchacho incómodo), reflejado en la obsesión por tenerlo cerca, siempre. Como una forma de decir «es mío, de nadie más».
En su intento de monopolizar, las relaciones de pareja limitan la independencia emocional de las personas. Además, existe el consenso de que, al menos en el inicio de la relación, nuestra propia sexualidad pertenezca al otro. Lo que no se toma en consideración es que el sexo puede desempeñarse de buena forma independientemente del afecto que tengamos con otra persona cualquiera. Es una necesidad personal, fisiológica, intransferible, que no refleja nuestra forma de amar. Entonces, ¿por qué la exigencia de serle fiel a la otra persona también en el aspecto sexual? «Mis actos y mis sentimientos te corresponden», bo-ni-ta forma de esclavitud. No me importa parecer un egoísta (¡oh, ironías de la vida!), pero justamente después de volver a nacer, lo que menos me importa es tener que rendirle cuentas a alguien. 
Dicen que de la pasión puede surgir el amor. Para algunos puede funcionar y rendir buenos frutos, pero en mi caso, defensor del amor universal (aunque suene mariconamente cursi), lo sufrí bastante. Pues… ¿alguien se ha olvidado de los amigos? ¡Ay, que la amistad está tan infravalorada!  En la amistad se es, sin llegar a pertenecer. Y conocemos a la persona en su máxima expresión. Y claro que también hay amor.
M. o la prueba de amor.
Conocí a M. un día en el que supuestamente iba al Auditorio Nacional por una liquidación de películas. Bajé del metro, caminé por el andén hacia la salida… pero  un tipo alto, maduro y barbón (ay), me llamó la atención… intercambiamos miradas y ¡zaz! terminamos en su departamento de Zapata. Platicamos un buen rato. Su instinto paternalista se manifestó en su opinión sobre por qué nunca me había hecho la prueba (del VIH, claro); según él, ignorar la prueba era contradictorio en una persona que está relacionada con las ciencias biológicas. Bueno, no todo terminó tan bien, pues salí regañado.
Al siguiente día, la culpa y los pecados del pasado me abrumaban por su riesgo: ¿y qué tal si ese día en los baños de…? Bueno, ese no es el punto. M., un tipo paciente y comprensivo, me acompañó hasta el hospital. Y afortunadamente no nos llevamos un mal rato.
Nos seguimos viendo, pero pactamos no enamorarnos. Fácil, porque en ese entonces sólo era un chamaco calenturiento y pues… no estaba interesado en esos otros menesteres.
En una de esas tardes nos estábamos dando un baño, de fondo se escuchaba el «A Natural Disaster» de Anathema. Me dijo que esa música era como de «gente que se droga», que «si le hacía a eso». «¿A qué?», le pregunté. «A la mota y esas cosas». «De vez en cuando, de vez en cuando. ¿Tú?». «Igual, de vez en cuando…». «¿Tienes?». Salimos disparados de la regadera. Me presumió su flamante Volcano y desde ese día cada reunión se resumía en una fiesta de excesos para dos, en donde el mañana poco importaba.
Amo a M. Su madurez radica en «dejar ser», no en «te sugiero que hagas esto porque estás mal y después te vas a tropezar y morir desangrado» (aunque en un principio no haya sido así, ¡ja!). Aprendo mucho de él aunque ese no sea su objetivo. Así como con los amigos. Hemos compartido dolores de cabeza con nuestros respectivos prospectos a pareja. Así como con los amigos.
El abandono duele, aunque sea a algo que no nos corresponde.
Tengo que reconocer que la influencia del medio me hizo buscar el amor. Ahora me pregunto por qué tenemos que buscar el amor en una sola persona. No lo sé, quizá sea para encontrarle un sentido de pertenencia a nuestra existencia.
¿Es necesario el noviazgo? Algunos lo relatan como algo necesario para considerarse humano, como si fuera el principal eje que mueve al mundo, aunque como consecuencia, muchos se crean una falsa necesidad. Así como al abandonar la fe, la convicción de no tener novio (quizá nunca), fue algo doloroso. Sobre el papel, su definición de amor de pareja prometía mucho. Después tuve que aceptar con honestidad qué es lo que en realidad buscaba. Y he aquí el resultado.
Que «cada quién habla como le va en la feria».
Sí, eso dice la gente. No estoy hablando mal del amor. Y siendo realista, tampoco creo que me haya ido tan mal. Lo que quiero decir es que el amor no debe ser categorizado y reducido a esquemas que no respetan la integridad de los individuos. Mi integridad radica en el respeto a mi independencia, física, conductual, emocional, sexual, etcétera. Si acaso, el novio perfecto sería la mezcla de un amigo con lo que implica un sex friend. Pero la simple idea de nombrarlo como «novio» iría en contra de mis principios. Dejémoslo así. Quizá con el tiempo «madure» lo suficiente, me deje de estas mamadas y me trague mis palabras. Sólo el tiempo lo dirá.
Definición. Realización.
B. apareció una semana después en forma de conversación en el mensajero. Yo me alegraba de que al menos no le había pasado nada, pues durante los días que pasaron me fui convenciendo de que lo nuestro había valido madres. Sí, la cagó, pero repito: soy comprensivo y lo que hizo no impide que lo siga queriendo. El hecho de que lo nuestro no haya sucedido como relación de pareja no impidió que seamos amigos. A mi parecer, terminamos mucho mejor de lo que pudimos ser.
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4 respuestas a Abandono

  1. charrotustra dijo:

    ‘¿Qué hicimos cuando desencadenamos esta tierra de su sol?’: http://www.miguelangelquintana.com/nietzsche_dios_ha_muerto.pdf

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